El sábado 13 de junio de 2020, memoria de San Antonio de Padua y vispera de la solemnidad del Corpus Christi, a las 19:00 horas, en la que fue catedral de Madrid, Fueron ordenados diáconos, por el cardenal arzobispo de Madrid D. Carlos Osoro Sierra, los candidatos Ángel Travesí Hidalgo, Alberto López Recuero, Antonio López Vilchez y José Luis Gallego Calvo.
Después de la comunión leyeron unas palabras de acción de gracias:
«En este día, tan importante para nosotros y para la Iglesia, necesitamos manifestar el profundo agradecimiento de los cuatro, ya diáconos.
Queremos dar gracias al Pueblo de Dios, a la Iglesia de nuestro amado Jesús, que desde el principio de nuestras vidas ha caminado a nuestro lado ayudándonos mediante los Sacramentos y acompañándonos en el camino, que no ha estado exento de dificultades, renuncias y algún que otro trago amargo. Le damos gracias don Carlos por este don recibido de Dios a través de su imposición de manos, deseamos poder presentarnos al mundo con la alegría y libertad que nos concede el Evangelio.
También queremos agradecer, especialmente, a nuestros directores espirituales, sus atenciones y desvelos, a los párrocos su paciencia, a D. Juan Carlos Vera, D. Javier Cuevas y D. Andrés Martínez, por su compañía y cercanía, a los profesores de la Universidad de San Dámaso su exquisito trato y el empeño de sus profesores por darnos lo mejor que tienen, que es el conocimiento de todas las materias de teología, que nos han enseñado el conocimiento de Dios y de su Iglesia.
Un cálido agradecimiento merece nuestros compañeros de universidad, tan distintos y dispuestos al amor de Dios. Personas jóvenes y mayores, de las distintas realidades de la Iglesia, de comunidades y realidades nuevas y, al mismo tiempo, de órdenes religiosas no tan nuevas. Pero todos ellos con un mismo objetivo: conocer y aprender para mejor amar. Y de un modo especial el recuerdo a los compañeros de camino de discerniendo que por distintos motivos, han reubicados su sitio y servicio en la familia de la Iglesia. Nos acordamos ahora especialmente también de nuestros hermanos diáconos, los que estáis aquí y también de los difuntos, que estando entre nosotros dieron su enseñanza, ejemplo y testimonio.
El tiempo de la universidad ha sido muy duro para los cuatro, que hemos tenido que compatibilizar el trabajo con el estudio, pero reconocemos que ha sido una experiencia altamente positiva. Tanto profesores como compañeros los llevamos en nuestro corazón, en nuestro recuerdo y en nuestra agenda porque seguimos en contacto con ellos y esperamos que por mucho tiempo.
Agradecemos a los familiares, amigos y a los hermanos en la fe de nuestras parroquias y comunidades que desde hace años rezan por nosotros. Tenemos en mente toda la gente que nos ha querido acompañar hoy, pero que por las circunstancias que conocemos, no han podido hacerlo. Además no queremos olvidar a todos los fieles que estuvieron en nuestro camino, con una enorme alegría de saber que seriamos discípulos de Jesús, pero que por esta pandemia, por otras enfermedades o circunstancias, están en los brazos del Señor. Ayudando a que esta Celebración sea para darte mayor Gloria Señor nuestro . No es este el fin del camino, sino más bien el principio, hoy es el primer día de un servicio a la Iglesia, a imitación de Cristo siervo, que con vuestras oraciones y la ayuda de Dios esperamos poder llevar a cabo. Sabemos que ninguna de las dos nos va a faltar.
Es de justicia agradecer a nuestros padres su generosidad con nosotros, desde habernos transmitido la vida hasta haber sido colaboradores en la obra divina de habernos transmitido la herencia más preciosa que un hijo puede recibir, que es la fe. Qué mejor título puede tener una persona que ser cristiano.
A todos los que estáis aquí presentes y a todos los que lo están unidos por la oración, muchas gracias y no de dejéis de rezar por estos siervos y sus familias. Con esta confianza en vosotros, por supuesto en la confianza y escucha en la Santísima Trinidad, cantaremos eternamente las misericordias del Señor.
También queremos agradecer a nuestros hijos su paciencia, por haberles quitado ratos de compañía con ellos. Ellos han sabido gestionar estas ausencias, con verdadera paciencia y complacencia. Particularmente, queremos tener un recuerdo especial a Álvaro, él ha intercedido mucho por nosotros y tenemos la certeza que ya está gozando de la dicha de nuestro buen Dios.
Necesitamos hacer un agradecimiento muy especial a nuestras esposas y familias. Nuestras esposas Ana, Beatriz, Patricia y Ana, han sido cada una la mujer fuerte que menciona Proverbios, 31. Han sido ellas quienes han aguantado el peso de nuestras familias, mientras nosotros estábamos ocupados entre los trabajos y los estudios. También, han tenido la paciencia de escucharnos cuando estábamos cansados o desanimados. A veces, han tenido que aguantar – porqué no decirlo – nuestro mal humor, fruto del cansancio del trabajo y el estrés de los exámenes. En definitiva, han sido las que han sobrellevado el peso de nuestras familias, en ocasiones, ellas solas y nos han “aguantado” en muchos momentos del proceso de la formación diaconal. Gracias queridas esposas por vuestro sí y vuestro silencio cómplice esperándose el hágase que pronunció la Virgen María. Hemos visto muchas veces la Palabra de Dios, su Amor en vosotras que nos hacía mucho bien.
Por último, y porque a su nombre debemos dar Gloria, queremos dar públicamente las gracias a Dios, también junto a vosotros para que sea más vibrante. Ha sido Él quien nos ha ido trazando el camino hacia su viña, para trabajar en ella junto con todos nuestros hermanos. Nosotros nos vemos como desde el primer día que iniciamos el camino: indignos para este ministerio. Pero nos consuela lo que tantas veces hemos oído en la universidad y se nos ha dicho en la formación diaconal: “Dios no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige”. Y tenemos la ilusión de que con esta capacitación participemos en la obra de su Espíritu. Gracias Señor Nuestro.
También nos ayuda mucho lo que nos dice el mismo Señor en Jn 15, 16: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. Y, cómo no, lo que tantas veces también hemos leído y meditado de San Pablo, en 2Cor 12: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”.
Por último, agradecemos la ayuda de nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen, siempre junto a su divino Hijo. Ella, en las distintas advocaciones a las que cada uno de los cuatro se ha encomendado, siempre ha estado, está y estará con nosotros.»