Homilía de monseñor D. Jesús Vidal Chamorro, obispo auxiliar de Madrid en la Misa celebrada el 6 de octubre de 2018 en el Seminario Conciliar de Madrid por la apertura del curso de la fraternidad diaconal. En la misma tuvo lugar el rito litúrgico de admisión a órdenes de los candidatos que han finalizado los estudios. También se realizó la acogida de los aspirantes que acabado el curso propedéutico se incorporan a la formación.
Nos reunimos para comenzar un curso más la preparación para el diaconado permanente-y con este motivo celebramos la admisión a las órdenes sagradas de dos de vosotros..
El significado de este acto, como bien sabéis, es que, tras un primer discernimiento, expresáis públicamente vuestra firme disposición de responder a la llamada del Señor que habéis escuchado. La Iglesia, por su parte, acoge esta disposición y se compromete a daros la formación necesaria y a discernir, a su vez, sobre vuestra idoneidad para la recepción del ministerio del diaconado.
Me parecen significativas las palabras con las que, siguiendo el ritual, acogeré vuestro propósito: «La Iglesia acepta con alegría vuestro propósito. Dios lleve a buen fin lo que él mismo ha comenzado en vosotros.»
Esta alegría que llena hoy la vida de la Iglesia es iluminada por el evangelio que hemos escuchado. La alegría es el hilo que lo recorre de principio a fin.
Comienza con la alegría de los setenta y dos discípulos que vuelven de la misión, provocada por la victoria sobre el mal, tiene su momento central en la alegría de Cristo, que exulta lleno del Espíritu Santo y concluye en la invitación a la alegría en la que el Señor, dirigiéndose a los discípulos parece dirigirse directamente a nosotros: ¡Bienaventurados los ojos que ven lo que veis! La alegría, por tanto, es el hilo que une a la Iglesia con el Señor. Pero ¿qué alegría? Hoy podéis estar alegres porque alcanzáis una meta esperada o porque veis más cerca la participación en el orden sagrado. Las palabras del Señor son una clara advertencia también a nosotros: no estéis alegres por se os someten los espíritus. No estéis alegres por el poder divino que un día, Dios mediante, recibiréis. Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
El orden sagrado no es un fin en sí mismo, sino que está ordenado a la santidad del pueblo de Dios. Y esa santidad tiene una conexión esencial en nuestra propia santidad. Dicho de otro modo, el mayor tesoro de vuestra vida, el que ha de ser siempre para vosotros motivo de alegría, ya lo tenéis: es el bautismo, por el cual fuisteis sumergidos en Cristo y vuestros nombres están ya inscritos en el libro de la Vida.
En el encuentro que tuvimos a mediados de septiembre los nuevos obispos con el Papa Francisco, nos decía que nuestra primera misión es la santidad. Como colaboradores de los obispos que sois, esta es también vuestra misión. Cuando anunciáis la palabra a través de la predicación o de catequesis, cuando servís al altar, cuando servís al Pueblo de Dios en la administración del bautismo o como testigos privilegiados del matrimonio, cuando atendéis al pueblo de Dios que sufre, servís a la santidad del pueblo de Dios. Y esto solo se puede hacer convincentemente a través de vuestra propia santidad. Y nos recordaba el Papa Francisco en este encuentro, que esta santidad no es un recuento de virtudes o un programa ascético; no es fruto de nuestro esfuerzo; «La fuente de la santidad es la gracia de contagiarse de la alegría del Evangelio y II dejarla invadir toda nuestra vida.»
Estad también vosotros atentos, ya desde ahora, al riesgo del clericalismo del que tanto nos advierte el Papa Francisco y que amenaza nuestra vida con la amargura y la tristeza. Surge de una visión elitista y excluyente de la vocación, que interpreta el ministerio recibido como un poder que hay que ejercer más que como un servicio gratuito y generoso que ofrecer. (Discurso Sínodo Jóvenes) Es esto lo que parece advertir Jesús en los discípulos. Les dice que no pierdan el contacto con la alegría verdadera, que no está en el poder que han recibido, sino en ser hijos en el Hijo.
Sólo los que se hacen pequeños, niños, pueden comprender esto. Es la posición que vemos en Job (primera lectura), que al final de su vida puede decir: «Te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos».
La respuesta al Salmo nos puede servir de petición final: «Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo» Que en vuestra vida y en la de vuestras familias brille el rostro de Dios, se llene de la alegría del Evangelio, que no es la alegría bulliciosa de un día, sino la serena certeza de haber encontrado el Amor más grande.
Que la Virgen Inmaculada que preside esta capilla nos enseñe a todos el camino del humilde servicio.