Homilía del Cardenal Arzobispo de Madrid José Cobo Cano
Jubileo de los diáconos
23 de febrero de 2025
domingo VII TO
Saludos, a los diáconos permanentes y sus esposas y familia, y los diáconos que
se ordenarán de presbíteros
En este domingo VII del Tiempo Ordinario venís como peregrinos a esta vuestra
catedral para el jubileo de los diáconos de esta Iglesia de Madrid. Diáconos
permanentes y diáconos que pronto recibiréis la ordenación presbiteral.
En este día se está celebrando en Roma el jubileo de los diáconos. Se ordenan
cincuenta nuevos diáconos, entre ellos dos de nuestra diócesis: Willy Vargas y
Alejandro de la Concha.
Representáis, por tanto, la diaconía de esta Iglesia: la diaconía al pueblo de Dios,
y la diaconía del pueblo de Dios, recordando con vuestra vida la vocación de
servicio que tiene la Iglesia allá donde está.
Todos en la Iglesia estamos llamados al servicio desde el don bautismal. Por eso
la Iglesia es en sí misma es un ministerio de servicio, pero el diaconado lo expresa,
al mismo tiempo que impulsa y hace visible esa condición ministerial.
También el diácono que recibe la imposición de las manos en orden al sacerdocio
permanece siempre “diacono”, servidor. El Papa ha sugerido que deberíamos
hablar de una “iglesia constitutivamente diaconal”. No os pertenecéis, ni sois
autoreferenciales; vivís en un camino de servicio donde por el orden recibido
aprendemos cada día a renunciar a nuestros planes y nos disponemos a acoger
los planes de los demás a quienes se sirve en la comunidad diocesana.
1.- DIACONADO: LA LÓGICA DEL SERVICIO Y DEL ABAJAMIENTO.
He aquí una de lastareas y responsabilidad eclesial que grava a fuego vuestra vida
y misión de diáconos, que en alguna manera os identifica y os constituye como
constructores de la comunidad eclesial desde el servicio y el amor gratuito del
que habla el Evangelio de hoy.
Hoy es un buen momento para peregrinar hacia esa misión de ayudar desde
vuestro ministerio a crear conciencia diaconal en la diócesis, enseñar al pueblo
de Dios el estilo peculiar del servicio de Jesús. Recordarle que en el cuerpo de la
Iglesia debe prevalecer siempre la lógica del servicio y del abajamiento porque
Jesús, siendo de condición divina se abajó hasta hacerse servidor de todos.
Jesús nos enseñó -enseñó a su Iglesia- que solo se ama sirviendo y solo se sirve
desde abajo, lavando los pies. Si está ausente esta actitud y esta dimensión de
servicio, todo ministerio se vacía, se vuelve estéril y se convierte poco a poco en
profesión, donde solo cuenta la agenda, la programación, los horarios, las prisas,
la eficacia… pero no hay ni miradas, ni sorpresas, ni una sonrisa, ni escucha. El
Sínodo lo ha puesto de manifiesto referido precisamente al diaconado que debe
promover “en toda la Iglesia una conciencia y un estilo de servicio hacia todos,
especialmente hacia los pobres” (DF 73).
El Sínodo -como antes había hecho el Concilio Vaticano II al restaurar el ejercicio
permanente del diaconado en la Iglesia latina- vuelve su mirada a los orígenes y
los instituye para el servicio de las mesas, para el cuidado de los más necesitados,
de los huérfanos, las viudas, los enfermos y ancianos.
Queridos diáconos, en nuestra diócesis, como en tantos otros lugares, continúan
existiendo muchos “huérfanos y viudas” que atender y consolar. Muchas mesas
que servir para dar de comer al hambriento y dignidad a los que la pobreza se las
ha arrebatado.
Los modos serán diversos de aquellos primeros siglos, pero siempre permanecerá
la ternura y el asombro del que descubre a Cristo en los que sirve, del que toca la
carne de Cristo en el pobre. Os pido que, como San Lorenzo, nos mostréis la
“riqueza” de la Iglesia de Madrid: los pobres. Enseñadnos a descubrir el rostro de
Cristo y la voz de los más pobres. Que nos impulséis a clavar la mirada en el que
está tirado en la acera de nuestra calle, en nuestro barrio, y no nos dejéis pasar
de largo. El Papa decía a los diáconos de Roma: “espero que seáis centinelas, que
sepáis ayudar a la comunidad cristiana a divisar a Jesús en los pobres y en los
lejanos, ya que llama a nuestra puerta a través de ellos” (19 junio 2021).
Por eso, con palabras del Sínodo quisiera deciros que “vuestra ministerialidad no
se exprese más en la liturgia que en el servicio a los pobres de la comunidad” (IS
11, g).
2.- VIDAS MARCADAS POR EL EVANGELIO.
No olvidamos que servís también al Pueblo de Dios en la diaconía de la Palabra
en la liturgia. Pablo se considera “servidor de Cristo” y a la vez “apóstol por
voluntad del Señor Jesús” (cf Gal 1,1,10). Servidor y apóstol, ambos ministerios
están unidos. Quien anuncia a Jesucristo está llamado a servir a sus hermanos, y
el que sirve está anunciando a Jesús. El discípulo es misionero y testigo del estilo
de vida de Jesús: no he venido a ser servido sino a servir. Os recuerdo las palabras
de la ordenación: “Recibe el Evangelio de Cristo, del que ahora eres heraldo. Cree
lo que lees, enseña lo que crees y practica lo que enseñas”. Unas vidas marcadas
por el Evangelio que proclamáis al Pueblo de Dios.
3.- PREPARACIÓN DE LA MESA.
Preparáis la mesa para la celebración de la eucaristía como expresión de vuestro
servicio; el misterio de la entrega incondicional de Jesucristo. Pan partido y sangre
derrama para la salvación de todos. La mesa en torno a la cual se reúne la
comunidad, el pueblo santo de Dios, para escuchar la palabra de Dios que
proclamáis los diáconos, que es alimento para el camino hacia el Reino y fuente
de comunión fraterna. Una fraternidad que conlleva el cuidado de unos por otros,
el servicio reciproco de lavar los pies, reproduciendo el mandato del Señor: haced
esto en memoria mía…, haced como yo he hecho con vosotros. No es posible
entender la eucaristía sin el lavatorio, ni el servicio sin la mesa del Señor.
4.-PEREGRINOS DE ESPERANZA.
Así venís con el pueblo de Dios. No para caminar a mínimos, o para “ir tirando”;
la entrega de Cristo nos llama a aportar la vida sin condiciones. Es fácil amar a los
que nos aman, es fácil ser buenas personas, esfácil caminar a mínimos como todo
el mundo.
Jesús apunta más alto en nuestra peregrinación. Si vamos juntos, si aprendemos
a vivir en la esperanza de los discípulos, nos alejaremos de la mentalidad de
nuestro mundo.
Somos discípulos cuando el amor de Dios es nuestro paso; no mis intereses o los
de mi grupo, no mi forma de entender las cosas. Actuamos como hijos de Dios
cuando amamos a los enemigos. Jesús nos pide ser todo amor, todo generosidad.
Esta desmedida del amor tiene su fundamento en la desmedida de la misericordia
de Dios que es todo bondad. Al odio, a la crispación, al enfrentamiento tan de
moda hoy, solo se combate con el corazón asentado en Dios. La espiral de
violencia se combate con una respuesta de amor. Este es el legado de Jesús que
la Iglesia ha recibido y desea conservar y poner en práctica.
Así, queridos hermanos y hermanas, en este año jubilar, nos hacemos peregrinos
de esperanza que descubren en tantas situaciones y circunstancias de nuestra
diócesis, de nuestro mundo, esos “signos de los tiempos” que el Señor quiere que
transformemos en signos, en llamadas de esperanza. Es decir, en obras que hagan
viva y tangible la esperanza. La esperanza no es un don que se vive de un modo
individual, sino que implica el compromiso de hacerla presente y eficaz en la
comunidad y en la sociedad. No dejéis de señalar sus brotes de esperanza.
El Papa nos ha convocado a ponernos en camino, a peregrinar hacia la puerta
santa, a un encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, “puerta de salvación”
que conlleve una profunda renovación y conversión de nuestras comunidades
para ser discípulos misioneros que anuncien a todos a Jesucristo, “nuestra
esperanza”. Por eso os pido que no dejéis de construir comunidades vivas y
sinodales.
Anunciar la esperanza a una sociedad desesperanzada que vive una crisis de
sentido, o en la espera con una esperanza fluida que se diluye ante las preguntas
más apremiantes del espíritu humano, como el dolor, las injusticias, la muerte y
el más allá.
Puede parecer una osadía anunciar esperanza en un momento de la historia en
que todo parece mostrar desengaño en el presente, y un mañana sin futuro,
donde parece que hemos fracasado en todos los intentos de aunar esfuerzos,
consensuar respuestas y construir puentes de diálogo y encuentro. También en
nuestra propia Iglesia padecemos cansancio, desánimo e incluso, a veces, en
ciertos ambientes, desesperanza y enfrentamientos. Sin embargo -y a la vezescuchando las voces de tantos desesperados y tanta gente que ha perdido el
sentido del amor de Dios, descubrimos que, ante sus “agujeros” y desesperanzas,
nuestra gente siente la necesidad de una búsqueda, de un ancla en que agarrarse
o una luz que señale una ruta, un destino que atraiga o, en definitiva, un caminar
suficientemente seguro y esperanzado.
Por tanto, es pertinente y responsable que anunciemos juntos y desde la
fraternidad que hay una esperanza que no defrauda, que Jesucristo es “nuestra
esperanza”.
Vivamos un jubileo de tal manera que sea la ocasión en la que todos podamos
reavivar la convicción de que “la fuerza de la esperanza cristiana puede colmar
nuestro presente en la espera confiada de la venida definitiva del Señor
Jesucristo” (SNC 1). Y caminémoslo a ritmo de servicio, de fraternidad y de
eucaristía llena de vida.
Gracias, queridos diáconos, gracias a vuestras esposas y a vuestras queridas
familias que estáis aquí hoy y que les sois tantas veces ayuda y sostén, que
compartís la carga y también el gozo de su ministerio eclesial. Vosotros anunciáis
en clave de amor familiar; es algo esencial, no es algo accesorio.
Gracias por vuestra entrega y disponibilidad a nuestra Iglesia. Que en este año
jubilar se traduzca en luz que ilumine caminos de esperanza y servicio a tantos
hermanos y hermanas de esta diócesis.
Que vivamos un año lleno de alegría y confianza en la seguridad de que la
esperanza no defrauda nunca, porque está anclada en el misterio de un Dios que
se ha hecho hombre por amor a este mundo y nos ha salvado con su muerte y
resurrección, asegurándonos así la esperanza cierta del encuentro definitivo con
el Señor